lunes, 2 de julio de 2007

Capítulo 2: LOS MARCIANOS SE APROXIMAN

Capítulo 2

LOS MARCIANOS SE APROXIMAN

por Luis G. Abbadie


Vibraciones; paso entre los corredores de la nave; mis patas perciben las pisadas de ellos con tal precisión que de requerirlo, podría derivar el número aproximado de individuos que me rodean. Pero no necesito hacerlo. No me corresponde. Mi tarea está clara: enviar su mensaje a la Tierra:

Su mensaje…y el mío.

Metal; la temperatura y la textura me transmiten información detallada que confirma la que se encuentra almacenada en mi cerebro acerca de las naves de combate. El compartimiento donde he permanecido durante todo el viaje carece de aberturas; una atmósfera similar a la marciana es recreada, mi sistema respiratorio está configurado para ésta y para la terrena. El planeta Tierra es visible en la amplia pantalla de la cabina principal, y las flotillas marcianas se ciernen sobre ella como las moscas lo hacen en la podredumbre que las atrae. A través de las paredes, escucho los diálogos internos de la nave en 18 idiomas cibernéticos, de los cuales 9 son entendibles para mi cerebro. Una sola palabra se repite en todos ellos: Invasión.

Gene era feliz.

Contempló de nuevo la astronave que surcaba un cielo que el sabia color mate en el monitor blanco y negro, mientras la voz en off de Bill establecía la fecha estelar. El programa era un éxito; ahora era seguro. Y Gene se estaba cerciorando de hacérselo saber a todos. A los productores y a los directores. Claro que su equipo había hecho un excelente trabajo, los felicitaría en cuanto los viera; pero de momento, era tiempo de asegurar su posición como capitán, es decir creador, de la serie… llegar a donde ningún director había llegado jamás.


Empinó el fondo del vaso de brandy con que se había premiado, y se colgó el saco sobre el hombro, abandonando la oficina con un caminar de exagerada autosatisfacción. Se despidió de su secretaria sin abandonar la sonrisa y cuando llegó al estacionamiento incluso seguía sintiéndose lo bastante bien para ignorar los habituales contratiempos de hacer encender su auto. Aquel carro estaba lejos de ser la Enterprise, pero si lo fuera, no se sentiría mejor. Dejó atrás el edificio y se dirigió a la autopista que bordeaba la ciudad. Ya sólo un borrón rosado en el horizonte advertía de las marcha del sol, y a su derecha el firmamento poco a poco se tornaba negro. Ante este fondo, las construcciones dispersas formaban las más brillantes constelaciones sobre toda la región de California.


Gene venía pensando. Pensaba en cómo le diría a su productor, por vigésima vez, lo exitosa que era la serie que había creado, el dinero que la estación estaba recaudando gracias a su… cuando vio el auto que asomaba en diagonal desde el borde de la autopista, en aquella parte de la vía elevada.

Quiso desviarse, pero una camioneta que venía por el carril opuesto hizo que revirtiera desesperado los giros del volante. Su auto se sacudió con violencia al rozar al otro vehículo mientras luchaba por no perder el control. Vislumbró al Mercedes frente a él causante de todo aquello y constató con desesperación que ahora el auto estaba a medio camino fuera de la autopista, dirigiéndose a la valla metálica que la bordeaba, y supo de inmediato que…se va a caer.

Lo siguiente que supo fue: no puedo mantener el control, ¡estoy fuera de control!

Su auto casi como atraído por un imán, siguió la ruta del Mercedes de adelante; giró una vez más el volante con desesperación y pisó a fondo el freno haciendo que la cola girara, pero ni eso pudo evitar golpear al Mercedes, el cual se precipitó fuera de la autopista, para derrumbarse y caer unos seis metros más abajo. El auto patinó ruidosamente de lado y Gene no pudo evitar que sus dientes rechinaran al pensar en el costo de los neumáticos quemados… finalmente sintió que las llantas traseras guardaban silencio y después sintió un leve bamboleo le causó una sensación de vértigo.

Para Gene, el aire dejó de existir. Sabía que estaba pasando.

Sabía la situación en la que se encontraba.

Permaneció helado, mirando al frente. Los autos pasaban sin detenerse, y poco a poco Gene fue consciente de que, además, el tobillo le dolía debido a la presión que estaba ejerciendo sobre el freno. El auto vibraba con el murmullo del motor, pero no se desplazaba… no caía. Miró a su derecha, y observó que la valla protectora terminaba de manera desconcertante en la mitad de su auto. Estaba en una posición muy, demasiado, parecida a la del auto que lo había precedido en ese mismo sitio…

Gene levantó el pie del freno muy, muy despacio; las llantas no encontraron resistencia, sintió una sacudida leve gracias a que una de ellas rozaba el concreto, pero no alcanzaba a encontrar apoyo para avanzar. Eso significaba que estaba en una situación muy precaria.

Con gran cautela, presionó una vez más el freno y luego detuvo el motor. Lo pensó un momento y encendió las luces del auto. Encendió también las luces interiores. Quería ser tan visible como fuera posible para que algún otro auto no fuese a hacer con él lo que él había hecho al anterior, por lo menos en lo que abandonaba el vehículo.

Apenas se atrevía a mover la cabeza; no sabía cuán frágil era el balance del auto al borde de aquella autopista elevada. Sus dedos tentalearon hasta dar con la manija. Tiró de ella.

No se abre. Tiró de nuevo, y el pánico escaló por su interior como una araña al darse cuenta de que la puerta se resistía a abrirse; tiró repetidamente de la manija, olvidando su anterior precaución, y se detuvo pasmado, con deseos de darse un golpe en la cabeza. ¡Había olvidado quitar el seguro de la puerta! Lo hizo de inmediato, y sus dedos apenas estaban por tocar la manija cuando el auto se sacudió de manera alarmante. Creyó que iba a precipitarse…pero no fue así.

De hecho, había sido un golpe en la capota, como si algo hubiera caído encima. Algo pesado. Dirigió lentamente su atención al techo como si pudiera ver a través de él, como Ray Milland en aquella película del hombre con la vista de rayos X. Pero por supuesto, Gene no tenia nada de eso. Así que abrió la puerta.

Justo entonces, aquello que había caído sobre su capota, rodó hasta el suelo.

Gene se quedó inmóvil, mirando la puerta entreabierta y sin soltar la manija, pero lo que le tenía más confundido era el manchón húmedo que el objeto había dejado sobre el cristal. Estaba sencillamente perplejo; un manchón que le parecía completamente fuera de lugar, fuera de contexto, se deslizaba lentamente por el parabrisas. El color de la sangre – la sangre de verdad, no la de utilería – era inconfundible.

Abrió la puerta un poco más, mirando al suelo de concreto de la autopista, y encontró una mano tirada ahí, como en saludo silencioso. Una mano regordeta, magullada como la suya propia lo había estado alguna vez, de adolescente, cuando el perro cocker de su vecino lo había mordido. Una mano cercenada, como si algún animal la hubiera arrancado de su presa…

Algo se movió una vez más en la capota, un movimiento brusco; algo se reacomodaba inquieto. Cerró la puerta despacio, aun cuando no se cerró bien debido a la falta de presión. Por primera vez, Gene se preguntó si sería más seguro permanecer a bordo del vehículo, aun a riesgo de caer. Intentaba imaginar qué diablos estaba encaramado sobre su auto, qué cosa podría haber atacado así a un ser humano y estar allí ahora mismo. Aun si hubiera un bosque cerca, que no lo había, las bestias nunca se aproximarían a la autopista; ¡y se encontraban a seis metros por encima del suelo, por el amor de Dios! Pero una bestia no se quedaría en un lugar visible mucho tiempo; sólo era cosa de esperar unos momentos a que se marchara y…

Entonces pensó en el Mercedes. ¿Qué había causado que se saliera del camino? Más que eso, ¿de quién era esa mano?, después de todo no había peatones en la vía elevada. No le gustaban nada las opciones que se le ocurrían.

Tendón, cartílago, pensó de repente; superficie cromada bajo mis patas, vidrio de ¼ de pulgada…

Gene sacudió la cabeza; seguramente estaba ofuscado por la angustiosa situación. ¿Qué sentido tenía todo eso?

… una unidad basada en carbono, terrena. Humano.

Estas palabras llegaron a su mente acompañadas de una oleada de odio creciente, un odio amargo que no sabía de dónde provenía o a dónde se dirigía. Un rasgar estridente en el techo - algo que parecía torturar el metal - puntuó esta sensación,

- Unidad basada en carbono, - pensó “eso” en su cabeza. - Recibe mi mensaje y SU mensaje.

Gene miró hacia la capota; comprendió, de alguna manera, que la cosa que estaba encima le estaba hablando. Y que era ella la que experimentaba ese odio profundo hacia él. Estoy volviéndome loco, pensó.

Ustedes me cuidaron, me dieron un supuesto hogar, me dieron comida, me llamaban Kudryavka, Lemonchik, jugaban conmigo, me engañaron, me hicieron creer que me habían recibido como parte de su mundo, que estaba segura con ustedes. Pero después me montaron en aquellas máquinas que no comprendía, en vehículos de ensayo que me asustaban; me sometieron a análisis más y más frecuentes, a prepararme para mi ejecución. Y finalmente me introdujeron en ese proyectil, me ataron por completo de manera que no pudiera caminar ni moverme, sino únicamente estar de pie o sentada, me cubrieron de sensores para monitorear mis signos vitales durante cada momento de mi tortura y me proyectaron al espacio sin las condiciones internas adecuadas; La temperatura descendió, comencé a helarme… la gravedad era mínima, la presión descomprimía mis órganos, y el alimento que me habían dejado a bordo sólo era suficiente para diez días, en los cuales terminaría de hacer efecto el veneno que habían colocado en él para ejecutarme. ¿Alguien de ustedes me oyó por los intercomunicadores? ¿Alguien escuchó en mis quejidos el miedo que yo sentía?

Los ojos de Gene se concentraron por un momento en la autopista al hacer una pausa esta abrumadora voz mental. La voz iba acompañada de imágenes y sensaciones: hombres con uniformes que sonreían y jugaban, arrojando una pelota, mientras hablaban en un idioma inentendible, con un acento… ¿ruso?; cabinas y grandes computadoras; la angustia y opresión asfixiante en el pecho a bordo de un aparato que hacía giros vertiginosos bajo la mirada fría de esos mismos hombres uniformados. Se percató de que lo veía todo desde los ojos de algún tipo de animal. Entonces, la prisión electrónica, los cintos ajustados a su cuerpo entumecido, la sensación de opresión sobre sus pulmones… un destello, una imagen de unos diarios sobre el suelo le dijo muchas cosas: unos diarios en ruso, que mencionaban Moscú –Moskva- y una leyenda, un titular: Sputnik II.

…Pero ellos me encontraron. Reanimaron mi cuerpo, lo fundieron con un sistema electrónico que sustituyó muchos órganos vitales y reanimó otros más. Me despertaron. Activaron partes latentes de mi cerebro, incrementaron mi inteligencia, mi comprensión. Antes sólo había confusión y miedo en mi mundo, ahora entendía lo que ustedes me habían hecho. Ellos me dieron la capacidad de recordar, y de comprender, y de odiar. Y me dieron los medios para actuar de acuerdo con ese odio. Ellos me han traído de regreso. Ustedes me ejecutaron, y sus medios de comunicación muestran que la humanidad entera celebró mi ejecución. Su especie entera festejó mi muerte; pero ahora he vuelto, y puedo darles a ustedes mi mensaje, enseñarles lo que ellos me enseñaron.

Gene miraba fijamente al techo, tratando de asimilar esas nuevas imágenes, los rostros cadavéricos, los ojos enormes y sin párpados, las cabezas semejantes a hinchadas masas cerebrales… Y la agonía rememorada de un cuerpo reconstruido de manera cibernética, sin el más mínimo paliativo de la anestesia o la inconsciencia.

Ellos me torturaron más todavía, así es; pero me han traído aquí como una de sus criaturas de guerra. Para traer su mensaje: el mensaje de que la Tierra será suya, y ustedes, su especie, serán exterminados. No importa; ahora puedo venir a ustedes y mostrarles cómo me enseñaron a torturar, a odiar. Después es posible que yo le enseñe a ellos. Una especie a la vez.

Diles a todos lo que has escuchado, dales mi mensaje. ¡Diles que Laika ha regresado!

De nuevo se sacudió el auto, y Gene creyó que esta vez sí se precipitaría; pero sólo vio una figura que saltaba de la capota hacia el vacío fuera de la autopista. Una forma canina, con algunos matices cromados.

Sus dedos temblaban al tirar de la manija y abrir la puerta. Cuando se bajó del auto, resbaló al pisar la mano que yacía en el concreto, ensangrentada y mordisqueada, y cayó de espaldas sobre el auto, dándole el empujón certero que necesitaba para precipitarse en el abismo fatal.

Gene permaneció inmóvil, frío como piedra en la vía elevada del free-way. El choque del auto sobre el concreto llegó entonces a su conciencia, retardada, como la llamada lejana de una onda de radio que partiera desde Marte.

Malditos rusos, pensó y sintió como si esa frase diera un fin lapidario a todo aquello, a ese horrible capitulo al que había sobrevivido.

Solo que ahora Gene sabia que aquel no era el capitulo final. Sabía que algo mucho más tremendo se acercaba, que estaba sobre él, sobre Hollywood, sobre toda la humanidad. Llegaban días aciagos para la Tierra.

En la lejanía, un ladrido monstruoso, entre mecánico y animal confirmó que lo vivido era cierto. No había escapatoria. No la habría ya.

Gene, con las piernas temblándole como chicle y el miedo apretando con fuerza su estomago y su corazón, solo pudo murmurar la siguiente plegaria: Por favor, por el amor de Dios ¡teletransportame, Scotty!

Fin del capítulo 2

Gene Rodenberry
Laika
El Sputnik 2
La Enterprise
Retorno de un envío terrestre al espacio

No hay comentarios: